Libertad, palabra delgada, cáscara vacía / Freedom, fragile word, empty shell

Libertad, palabra delgada, cáscara vacía / Freedom, fragile word, empty shell

In 2018, we commissioned 51 authors from 25 countries to write essays exploring ideas about freedom for The Freedom Papers, a publication produced in partnership with Gutter Magazine. Read on for Juan Tomás Ávila Laurel's essay (in both Spanish and English), and visit guttermag.co.uk to purchase a copy of The Freedom Papers.

Cuando todavía éramos ingenuos, y porque creíamos que el mundo era bueno y que había gente buena interesada en practicar el bien, la palabra libertad la asimilábamos a algo físico, real. La relacionábamos con el estado de esperanza al que llegaría una persona que hubiera estado atada con cadenas, como ocurrió con varios hombres luego de ser encadenados, esclavizados, y luego fueron manumitidos. Ha pasado el tiempo, ha llovido y dejado de llover y al abrir la puerta a nuestros tiempos actuales hemos descubierto que la palabra se ha quedado como una cáscara vacía de contenido. Pero quizá nuestro descubrimiento de esta vaciedad tuviera algo que ver no sólo con que dejáramos de ser ingenuos, sino que descubrimos que la insistente urbanización de las comunidades, a menor o mayor escala, exigía que la palabra fuera llenada de los anhelos variopintos de los individuos de nuestra sociedad; sería la manera de devolverle su sentido prístino. Y la insistencia sobre esta adecuación de la palabra a los deseos comunitarios, pero individuales, nos lleva al descubrimiento de que, más que libertad, el término necesario para llevar el propósito sería felicidad.

La mención de la urbanización pujante de las comunidades no es un tema baladí, toda vez que el resultado de este hecho es la confluencia en un espacio determinado de individuos con metas y necesidades dispares, planteadas con formas contemporáneas de expresión. En las ciudades grandes es cada vez más difícil encontrar grupos grandes con intereses comunes, lo que exige que la búsqueda de la libertad, trasmutado en felicidad, se haga bajo el imperio flexible de la ley, pues los esfuerzos por alcanzarla no siempre están en armonía con las metas individuales. Al hablar de imperio flexible de la ley nos referimos a la necesidad de incorporar siempre las disposiciones gubernativas, o comunales, a las necesidades de las comunidades que ansían esta felicidad. Terminada esta breve incursión por la exposición de la necesidad de leyes que armonicen las interacciones humanas en un espacio urbano, es hora de manifestar que el panorama que se presenta ante cualquier observador sobre el tema de nuestras reflexiones es aterrador. La realidad es que hasta ahora nunca había habido tantos elementos que, actuando con iniciativa única, o en confluencia con otras fuerzas o intereses, incidiesen en la provisión de hechos tendentes a coartar la libertad de los hombres, impidiéndoles alcanzar la felicidad. Gobiernos, fuerzas armadas rebeldes y hostiles a gobiernos constituidos, empresas multinacionales, instituciones privadas, instituciones públicas, grupos religiosos, el poder legislativo, el judicial, dictaduras y democracias, asociaciones privadas, grupos mediáticos y personas influyentes, y en confluencia y por separado contribuyen al día de hoy en la provisión de estímulos negativos capaces de impedir el goce de la libertad, y por extensión necesaria, de la felicidad.

El énfasis que hemos puesto en las comunidades urbanas tiene como intención demostrar que pese a que al día de hoy no hay ninguna que no pertenezca a un Estado que garantice el acceso de los individuos a formas de vida alejados de cualquier sobresalto en que se viera comprometida su libertad, la realidad es que las mismas son, en un número abrumador de casos, espacios donde la impunidad campa a sus anchas haciendo difícil que los individuos gocen de libertad. Se diría que ningún Estado estuviera preparado para asumir la satisfacción de las múltiples demandas de libertad de los ciudadanos, sobre todo en lo que hemos llamado formas contemporáneas de expresión. Estas muchas veces son sentimientos latentes que en medios rurales se inhibirían, pero que en las grandes urbes pueden aflorarse por la posibilidad del efecto sumatorio. En efecto, cuestiones personales, como pulsiones sobre alteridad sexual, la necesidad de divergencia religiosa o los roles tradicionales en la familia pueden inhibirse en medios rurales, pero manifestarse en medios urbanos. No puede alcanzar la normalidad que la sociedad actual, que no sufriría ningún menoscabo si estas necesidades son satisfechas, todavía sea incapaz, por voluntad activa, de satisfacer estas demandas.

La preeminencia que hemos dado a las comunidades urbanas, convenientemente justificada, no debe impedir que reconozcamos la importancia de las rurales en la configuración de las necesidades urgentes de provisión de libertad y felicidad. Y es que el mundo rural suele ser el emplazamiento geográfico habitualmente alejado del punto del poder central, así que las atenciones administrativas suelen ser mínimas, así que oficialmente suelen ser el espacio en que menos se cumple con la cuota de felicidad. Y es que no nos engañemos, pues el mundo rural ya no es el paraíso idílico, o bucólico, de hace cien años. En muchos países la supervivencia de las comunidades rurales se ve seriamente comprometida no solamente por la inasistencia del gobierno central, sino por el interés minero de multinacionales extranjeras que operan muchas veces bajo la autorización de estructuras corruptas del Estado. Es conocida la falta de escrúpulos de estas multinacionales y la subsiguiente inacción de las autoridades, formando juntos un grupo sostenido de provisión de dolor, de injusticia y de infelicidad. En muchos países la satisfacción de los intereses comerciales, o industriales, adquiere primacía sobre la vida, o el desenvolvimiento mínimo de los habitantes.

Pero aquí es donde la humanidad se ha dado un tiro en el pie, pues una cosa es la inhibición de ciertos deseos y pulsiones en el medio rural, deseos de alteridad que son expresados y entendidos mejor en las comunidades urbanas, habida cuenta de que el apego a la tierra muchas veces implica una cerrazón mental, y otra distinta entregar la supervivencia de estos medios rurales a la codicia de las multinacionales, con los devastadores efectos sobre el medio ambiente y sobre la producción de alimentos. La libertad, que es la satisfacción de deseos personales y colectivos, mejor expresada en felicidad, y mientras el hombre sea una entidad con un sustrato animal tan acusado, expresado en hallazgos biológicos, nunca será alcanzada si el hombre da la espalda a la naturaleza. Es decir, la libertad, la felicidad, el estar a gusto con el destino propio, no se alcanzará si el hombre pierde la referencia de su vínculo con la naturaleza. Al llegar aquí acabamos de descubrir, paradójicamente, que las reticencias por el reconocimiento de la alteridad sexual, por ejemplo, son una lucha contra la naturaleza del ser humano.

***

Translated by Jethro Soutar

Back when we were still naïve, and because we thought the world was good, with good people in it willing to do right, we understood the word freedom to be something physical, something real. We equated it to the hopeful state a person might reach after having their chains untied, as happened to those who, of the many who were shackled and enslaved, were ultimately liberated. Time passed, the rains fell and ceased to fall, and upon opening the doors to the present day we find that the word has become but a shell, empty of all content. Our discovery of this emptiness is not merely a consequence of our relinquished naïvety, but a realisation that the relentless urbanisation of our communities demands, to a greater or lesser extent, that the word must now accommodate the full spectrum of society's yearnings if it is ever to recover its former pristine state. And by insisting that the word adapt to suit our communal desires, though they be individual desires, we discover that, more than freedom, a more appropriate term might be happiness.

I mention the galloping urbanisation of our communities in passing, but it's no trivial matter, for the consequence of this development is the coming together in a given space of individuals with disparate aims and needs, and contemporary means of expressing them. In our big cities it is increasingly difficult to find large groups of people with common goals, and so our search for freedom, as transformed into happiness, must take place under a flexible rule of law, flexible because what we require in order to gain our freedom, or happiness, is not always harmonious with the individual aims of others. And if I mention rule of law, it's because we must always consider governmental, or communal, attitudes towards the community that's seeking happiness.

Having cited the need for laws that harmonise human interactions in our urban spaces, we ought really to recognise that the panorama facing anyone engaging with this topic is, quite frankly, terrifying. The reality is this: never before have there been so many elements that, whether acting of their own volition or in accordance with other forces or interests, converge to produce circumstances that inhibit people’s freedom, thus preventing them from attaining happiness. Governments, armed rebel forces hostile to constituted governments, multinational companies, private institutions, public institutions, religious groups, legislative power, judicial power, dictatorships, democracies, private associations, media groups and influential people, coming together or acting alone, nowadays combine to effect a negative impact on society and prevent people from enjoying freedom, and by extension, happiness.

The emphasis I’ve placed on urban communities is intended to demonstrate a paradox. These days pretty much everyone resides in a state that claims to guarantee all individuals access to a way of life free from sudden shocks that might lead to their freedom being compromised. However, the reality is that the states themselves, in the overwhelming majority of cases, are places where impunity has been granted free rein. It might even be said that no state is properly equipped to meet the multiple demands on freedom expressed by its citizens, through what I've called contemporary means. These demands may furthermore be latent sentiments that become inhibited in rural settings, but flourish in large urban areas due to a possible aggregate effect. Indeed, personal matters relating to alternative sexual impulses, religious diversity or traditional roles within the family often end up inhibited in rural environments, while becoming manifest in urban ones. It cannot remain the norm that such needs be ignored in a modern society, rural or otherwise, not least because nobody would suffer any adverse effects were they met. But it’s not just that they're ignored, there is often an active attempt to prevent such impulses from being satisfied.

The pre-eminence we have afforded to urban communities, though conveniently justified, should not lead us to disregard the importance of providing rural communities with what they require to attain freedom and happiness. For the rural world tends to be geographically removed from the centres of power, and so administrative attention tends to be minimal, and official happiness quotas tend to be at their lowest. Nor must we be fooled into thinking that the rural world is some kind of idyllic, pastoral paradise of yesteryear. In many countries, the very survival of our rural communities is seriously compromised not only by a lack of assistance from central government, but by the mining and natural resources interests of foreign multinationals that operate under the authorisation of corrupt state apparatus. The lack of scruples shown by these multinationals is well known, as is the inaction on the part of the authorities, and yet they combine to bring our rural communities pain, injustice and unhappiness. In many countries, satisfying commercial or industrial interests takes precedence over life, let alone providing society with even minimal development.

But here’s where humanity has shot itself in the foot. Alternative desires and impulses may be more easily expressed and understood in urban communities, and we must remember that being at one with the earth sometimes requires a certain mental closure. However, it’s one thing to allow desires to be inhibited in the rural world and quite another to abandon our rural communities to the greed of multinationals and the devastating impact they have on the environment and food production. Freedom, the satisfaction of personal and collective desires, better expressed as happiness, will never be achieved, so long as man is a being with a marked animal substratum, if mankind abuses the natural environment. In other words, freedom, happiness, being content with one’s destiny, will never be attained if mankind loses sight of its link to nature. And having reached this point we discover that, paradoxically, refusing to recognise alternative forms of sexuality, for example, is to fight against human nature.

 

Copyright © 2018, Juan Tomás Ávila Laurel. All rights reserved.

Supported by the Scottish Government’s Edinburgh Festivals Expo Fund through Creative Scotland.

More writing